ESCENA TERCERA
(Al día siguiente, mediodía. Elena está leyendo. Jaimito viene de la cocina con una lata abierta, comiendo. Se le acerca.)
Jaimito .— ¿Quieres?
Elena.— No, gracias. Ya he comido.
Jaimito.— (Se sienta a su lado. Sigue comiendo.) Vaya lío ayer, ¿eh? ¿Has visto hoy a Alberto?
Elena.— No, no ha venido. (Sigue leyendo.)
Jaimito.— Vaya corte que te llevarías, llegar ahí la madre, en ese momento... (Pausa, silencio. Sigue comiendo y ella leyendo.) Y luego el jaleo ese de su padre. Le habían echado un montón de años, y de pronto a la calle. Ahora es muy difícil que te dejen estar en la cárcel. Hay que estar muy recomendado. Un amigo mío que está allí metido, come en casa, y luego duerme allí. Cuando no puede ir algún día llama por teléfono. (Ve que sus intentos de ser gracioso no van por buen camino, y cambia de estrategia.) Vete tú a saber..., las cosas que pasan... Oye, así que tú sigues igual. Qué mala suerte.
Elena.— ¿De qué?
Jaimito.— De lo de virgen.
Elena.— Ah, no importa. Otro día.
(Jaimito se quiere ofrecer, pero no sabe por dónde empezar. Está violento, tartamudea. Se levanta y se sienta varias veces. Va al lavabo, y se peina.)
Jaimito.— Sí que es una lata eso de ser virgen. Yo que tú, en la primera ocasión que se me presentara... Estamos solos.
Elena.— (Distraída con la lectura.) Sí, Chusa dijo que vendría luego.
Jaimito.— (Se acerca. Mira el libro que ella lee.) «Apocalípticos e Integrados...» ¿Es buena?
Elena.— Es de Umberto Eco. Está muy bien. Es un ensayo sobre nuestra civilización actual. La crítica literaria, el consumo... esas cosas.
Jaimito.— Tú has estudiado, ¿no?
Elena.— Sí. Ciencias de la Educación, lo que antes era Filosofía y Letras. Sólo he hecho hasta tercero. Bueno, tengo alguna de segundo. Este año es que no he aparecido por la Facultad. Es un rollo, no aprendes nada. Yo leo y estudio más por mi cuenta. Y con apuntes que me dejan los que van. Luego me examino, y lo voy sacando. Aprendes más. Los profesores no enseñan nada.
Jaimito.— ¿Y cómo te puedes examinar si te escapas de casa?
Elena.— Para los exámenes vuelvo.
Jaimito.— ¡Ah!
Elena.— ¿Y tú, no estudias nada?
Jaimito.— ¿Yo? Yo no. Yo soy un ignorante, de verdad. No leo nada... La verdad es que para vender costo y hacer sandalias... A mí lo que me gusta mucho es el cine.
Elena.— La cultura nunca viene mal. Además, es por distraerse. ¿Novelas tampoco lees?
Jaimito.— Novelas tampoco. Algunas de pequeño, pero ahora... Revistas si acaso. Bueno, alguna vez leo algo, pero poco.
Elena.— Claro. Será también por lo del ojo.
Jaimito.— ¿El ojo? Qué va. Yo veo igual que tú o que cualquiera. Ver, veo muy bien. Sólo de un lado, pero perfectamente.
Elena.— (Tapándose un ojo.) Pues yo si miro con un ojo sólo, veo mal.
Jaimito.— Tú porque no estás acostumbrada. (Pausa. Ella vuelve a su lectura. De vez en cuando prueba tapándose un ojo. Él, a su alrededor, no sabe por dónde entrarle.) ¿Te vienes al cine?
Elena.— ¿Al cine? ¿Al cine a esta hora? ¿A qué cine, qué ponen?
Jaimito.— No sé, es igual. A cualquiera. Es por salir un rato. Nos tomamos unas cervezas y luego nos vemos una que esté bien. Compramos la Guía del Ocio.
Elena.— No, de verdad. Gracias, pero no. Estoy enrollada con esto. Díselo a Chusa cuando venga, y vete con ella.
Jaimito.— (Atreviéndose.) Es que yo quiero ir contigo.
Elena.— (Sin enterarse de nada.) ¿Conmigo? ¿Por qué?
Jaimito.— No sé, me apetece. Yo soy un tío muy raro. Me dan bascas, así, de pronto. Hay momentos en que una persona me gusta, ¿no?, y entonces, pues al cine. (Ella sigue leyendo, siguiéndole con automáticos movimientos de cabeza.) Una vez me enrollé yo con una chica, una vecina mía, cuando vivía en el Puente de Vallecas, antes de venirme aquí, a Lavapiés. Trabajaba ella en Simago, allí en la Avenida de la Albufera. Era muy maja. Alta, con el pelo largo..., muy maja. Yo la iba a buscar a la salida del trabajo. Nos juntábamos allí un montón de tíos todos los días. Parecía la mili. Esperando, allí, a la salida, todos tan serios. Luego ya salían ellas, y hala, cogía yo a la Merche y nos íbamos al cine. Todos los días al cine. Sin faltar uno. Al cine. Estuvimos un año y pico saliendo y nos vimos todos los programas dobles de Madrid. Nos conocían hasta los acomodadores. Luego ya lo dejamos. Bueno, la verdad es que fue ella la que lo dejó. Se largó con un ro-ckero, de los de las discotecas y chaqueta de cuero. Un fantasma de esos. La vi después, al año o así. Una noche. Iba con el tío ese y unos cuantos más. Me dijo que estaba harta de ir al cine. A gritos, desde la otra acera de la calle: «¡Estoy harta de cine!». Al año y pico, fíjate. Era de noche, me acuerdo muy bien. Me lo podía haber dicho entonces, cuando salíamos. Yo iba porque creía que a ella le gustaba. A mí, tanto cine, la verdad... (Se da cuenta de que ella hace rato que no le escucha.) Bueno, te dejo estudiar. Ya me iba. Daré una vuelta por ahí... (Llega hasta la puerta.) Hasta luego. ¿Sabes una cosa, Elena? ¡Elena!
Elena.— (Dejando el libro.) ¿Sí, qué?
Jaimito.— Que estás hoy muy guapa. Muy guapa, de verdad.
Elena.— Anda, guasón, que eres un guasón.
(Ella vuelve a su libro. Él abre la puerta y va a salir. En ese momento llega corriendo por las escaleras Alberto. Entra como un vendaval.)
Alberto.— ¿Está Elena? (Entra, la ve, se acerca y le da un beso. Ella deja el libro automáticamente. Jaimito lo mira todo desde la puerta.) Oye, me he escapado un momento. Tengo que volver rápido a la comisaría. (Coge la porra que está encima de su armario.) Otra vez me la he dejado aquí. Cualquier día tengo un lío por esto. (Se la pone.) Menudo jaleo con mi padre, chica. Está rarísimo. Serio, formal... Estuvo una hora anoche preguntándome por todo. Yo no sé qué decirle. Menudo mogollón. Bueno, que a la noche vengo. Me tengo que ir a comer con él, no tengo más remedio. Hasta luego, adiós. (Sale otra vez como un torbellino. Vuelve y habla a Elena desde la puerta, al lado de Jaimito que sigue allí clavado.) Luego seguimos donde lo dejamos anoche, ¿eh? (Le tira un beso.) Tú (A Jaimito.) Guárdamela bien hasta que vuelva.
(Le amenaza jugando con la pistola en la funda, le da los puñetazos cariñosos de siempre en el hombro y sale. Ella queda encantada mirando hacia la puerta. Jaimito sigue allí, violento, sin saber si irse o quedarse.)
Jaimito.— ¿Cómo es, eh? Bueno, yo también me iba. Luego vuelvo para la fiesta. No me lo quiero perder. Adiós. ¡Que adiós!
Elena.— Adiós.
(Sale Jaimito. Ella suspira, los ojos perdidos a lo lejos. Y vuelve a su libro. Oscuro.)
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